" Oculta su religión, oculta su nombre, oculta sus finanzas, oculta sus tragedias…"
Oculta su religión, oculta su nombre, oculta sus finanzas, oculta sus tragedias…
13-febrero-06
Sólo hay algo peor que un político que habla siempre desde un púlpito virtual: otro que niega su religión, se avergüenza de ella. Peor que Abascal sermoneando es López Obrador, quien, a pesar del golpeteo de López Dóriga en su entrevista, negó ser presbiteriano, una religión tan poco respetable como todas. Aunque se comparó con Cristo, su mayor similitud es con san Pedro: “Yo a ése ni lo conozco”, dijo aterrorizado Pedro al ser identificado como discípulo de Jesús. “Yo a ésos ni los conozco”, dio a entender de los presbiterianos López Obrador al declararse católico, tartamudear y ampliar a “cristiano”.
De entre las Iglesias protestantes, la presbiteriana deriva de Calvino más que de Lutero. Se formó como parte de la Iglesia de Inglaterra, separada de Roma por Enrique VIII. Desde entonces, su cabeza no es el Papa, sino el monarca reinante, hoy día la reina Isabel II. Los católicos deben obediencia al Papa; pero desde hace más de cien años los papas perdieron todo poder militar, cuando su reino, los Estados Pontificios, desapareció con la integración de Italia. El actual Estado Vaticano, creación de Mussolini, es apenas un jardín y su ejército es la Guardia Suiza, con lanzas por armas. A pesar de eso, los estadunidenses hicieron jurar al candidato John F. Kennedy que no seguiría órdenes del Papa en materia política (y Kennedy jamás negó su catolicismo, con fines electoreros, para agradar a su país, de mayoría protestante).
Pero Inglaterra es una de las cinco potencias mundiales, potencia nuclear, militar, económica. ¿Queremos un Presidente que debe obediencia a la reina Isabel II de Inglaterra? O López Obrador es, quizá, presbiteriano de la rama fundada apenas el 10 de junio de 1983, en Atlanta, sede también de la Coca-Cola, refresquera que dona millonarios fondos a sus misioneros. Los cinco años de precampaña de López Obrador, que le dieron ilegal ventaja, ¿tuvieron fondos de la Coca a través de la Iglesia presbiteriana?
Oculta su nombre: en la ceremonia oficial en que el IFE lo inscribió como candidato, López Obrador fue anunciado como “Manuel Andrés”. Ni su nombre sabemos, como ocurrió con su candidata al Estado de México, aquella a la que le fueron apareciendo tantos nombres, uno de ellos como de jarabe para la tos. El orden original de los nombres daba por siglas MALO. Por razones de mercadotecnia neoliberal, lo cambió.
Oculta sus finanzas: durante todo su mandato, impidió la aplicación al DF de las leyes de transparencia nacionales. René Bejarano, desde la Asamblea de Representantes, le hizo el trabajo sucio. A pesar de la heroica pelea de la representante ciudadana María Elena Pérez Jaén, no hay un verdadero Consejo de Acceso a la Información en el DF. Por eso los únicos empresarios que asisten a sus mítines son aquellos a los que concedió obra pública sin concurso y sin rendición de cuentas. Van agradecidos y por más.
La culpa de Caín
Lo leí con asombro por primera vez en la columna Arsenal de Francisco Garfias, cuando escribía aquí, en MILENIO: que siendo joven, y llamándose aún Manuel Andrés, López Obrador había matado a su hermano menor, José Ramón, de un balazo. Ya lo admite el propio candidato perredista, como “tragedia familiar”. Y podría serlo, en muchas familias ocurre que una pistola se dispare accidentalmente. Pero pocas veces el tiro es tan certero, al instante mortal. Y, sobre todo, nunca desaparecen ni el expediente ni los diarios regionales con la noticia. Y tal es el caso: de la Procuraduría tabasqueña se esfumó, hace años, el expediente judicial, y de la Hemeroteca Pública también los diarios.
Cuando, para hacer carrera en el PRI, Manuel Andrés fue protegido del entonces gobernador de Tabasco, Enrique González Pedrero, y más aún de su mujer, la escritora mexicana de origen cubano Julieta Campos, ese homicidio habría arruinado su futuro político. Sólo desde el poder absoluto del PRI se pudo ordenar la desaparición de pruebas. No es casual que Julieta Campos fuese quien redactó, el año pasado, el desplegado contra el desafuero que tantos y tan importantes intelectuales firmaron.
Al momento del accidente, Manuel Andrés ya era un joven de 17 años. Con un añadido: siendo el primogénito, no era el preferido del padre, datos investigados por Jaime Sánchez Susarrey. Ésa y no otra fue la ofensa de Dios a Caín: siendo el mayor, Dios prefirió a Abel y de esa injusticia nació la rivalidad entre los hermanos.
En una de sus obras más geniales, la Psicopatología de la vida cotidiana, Freud analiza los accidentes, que reales y sin comillas, nos resuelven un conflicto: una caída nos evita ir a un compromiso indeseado, por descuido rompemos un objeto simbólico, o matamos, jugando, al hermano que nos arrebató el amor de un padre que debió preferirnos. Es también el tema de novela y película maravillosas: Al Este del Paraíso. Freud llama “actos sintomáticos” a los casuales que “expresan algo que ni el mismo actor sospecha” (p. 875).
El olvido de que podría haber una bala en la recámara de la pistola no hace sino cumplir con un deseo consciente: quiero ser el preferido, y uno inconsciente: eliminar el estorbo. Desde entonces Manuel Andrés vive “en tierra de Nod, al oriente del Edén”, como dice el “Génesis”. Tabasco, según la canción, es un edén.
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